Cesar Eduardo Soria Ricapa.
Tarmeño, Antropólogo por la Universidad Nacional del Centro del Perú
Créditos de la foto de portada: Andrea Milagro Pérez Llacza.
Lugar: Tarma.
Un largo de tiempo de polarización nos ha envuelto en una situación de crisis interminable, el resurgimiento de posturas ultras (derecha – izquierda) que han cosechado sus intereses en base a la calumnia, el insulto y el uso de medidas extremas, ha resultado en uno de los panoramas más desoladores de nuestra historia reciente, pero, para entender el suceso, debemos comprender el reciente fortalecimiento de estas posturas ultras a partir de la elección del 2021, también el pedido de miles de personas, en lo que sería la movilización campesina más grande de las últimas décadas.
Nunca antes la grieta en el país había sido tan pronunciada como lo es ahora, la última elección presidencial del año 2021 nos presentó una multi – polarización de los actores que se vio materializada en agresiones, y difamaciones como no se había presenciado antes. La flagrante carencia de propuestas posicionó a que cada uno de los candidatos no apelaran al gran electorado sino mas bien a bolsones determinados de simpatizantes que seguían apellidos, personas o personajes más no alternativas de solución, a lo que había sido uno de los procesos más difíciles que afrontamos los peruanos producto de la pandemia por COVID – 19.
18 candidatos postularon, 2 quedaron en carrera, Keiko Fujimori y Pedro Castillo, cabe señalar en este punto que la polarización se intensifico durante la segunda vuelta, por un lado, adjetivos como “criminal o delincuente” resonaba y por el otro, calificativos como “comunista y filoterrorista” hacían mayor eco, que las propuestas o alternativa de solución para el país que tuvieran ambos candidatos, en este contexto sucedió que la ciudadanía polarizada, cada una atrincheradas en uno de estos dos grupos dedicó esfuerzos para lograr que la otra opción pierda, no para que su opción gane, debido a que las ideas y políticas promovidas sean mejores que la otra candidatura. Dando como resultado a Pedro Castillo como presidente de la República.
Pedro Castillo, al segundo día de su gobierno, nombró a Guido Bellido como Primer Ministro, con lo cual sospechas que lo acercaban a posturas de extrema izquierda quedaban disipadas, horas más tarde nombró a Iber Maraví como ministro de trabajo, motivo por el cual, también, su vínculo con el CONARE- MOVADEF, encendían aún más alarmas en su presidencia, lo que en años anteriores hubiera merecido un rechazo tajante y determinante, no sucedió así porque los grupos políticos y el mismo Castillo se encontraban aún, en un periodo de campaña política interminable, con la polarización campante y galopante, en todas sus vertientes.
La débil estabilidad de una democracia sin partidos se resquebrajó cada vez más, las identidades negativas comenzaron a agudizarse, la izquierda en todos sus tonos y modos se posicionó en consonancia con el gobierno de Castillo, bajo la premisa de: “no importa lo que haga el presidente, lo que importa es que el otro no gane”.
Acorralado por las investigaciones, Castillo, el 7 de Diciembre de 2022, presento en un mensaje a la nación un deliberado golpe de estado, el cual no prosperó debido a que no contaba con el apoyo de las Fuerzas Armadas. Una vez destituido, tal vez nadie hubiera previsto, pero si esperado, que, este clima de constante polarización desde la campaña electoral, no iba a resultar en que los ganadores, asuman errores y enmienden a partir de propuestas de políticas que el mismo Castillo no había cumplido. Sin embargo, a pesar de que se esperaba que, de la mano de Dina Boluarte, se encaminara un nuevo rumbo, esto no sucedió, al mismo estilo que el fraudismo campante y galopante de la derecha más recalcitrante, la izquierda inició una campaña iracunda basada en mentiras, la cual solicitaba un pliego de reclamos que exceden a la realidad.
Este estallido ha afectado sobre todo a las provincias en el Perú, a razón frágil estabilidad económica provista de un régimen informal económico. La pandemia ya había generado una fractura y un colapso en las provincias sobre todo en el aspecto social y económico, el gobierno de Castillo lo había debilitado aún más, con el incumplimiento de promesas y ofrecimientos realizados a las regiones.
El reclamo que comenzó con un reducido grupo de izquierdistas que se negaban a aceptar que Castillo hizo un golpe de estado, ocasionó la muerte de civiles, quienes no participaban de la protesta, la rigidez e indiferencia del gobierno, sumada a la actitud victoriosa que asumió el establishment -que no presentó en sus argumentos que sacaron a un corrupto golpista del poder, sino sacaron a un cholo-, congrego la ira de miles de personas que hoy reclaman un cambio, pero que tratan de ser invisibilizadas con adjetivos como terruco o marginal, lo cual ha elevado la violencia en el interior del país. Así, el desenlace de esta situación se presenta difusa, pero como provinciano deseo tener aún la esperanza de que podamos articular alguna solución institucional, mientras tanto, cuando despertemos, el dinosaurio seguirá ahí.