CONTRAPUNTOS Opiniones

ESCRITO POR:

PAMELA MINAYA TAMARIZ
Coordinadora de Literatura (sección Cultural) y de la sección Reseñas

Ha sido mucho tiempo desde que pensaba tanto y tan profundamente acerca de mis emociones y opiniones. La terapia psicológica me ha ayudado en poder esclarecer lo que estoy sintiendo en estos momentos.

Primero, vergüenza; segundo, impotencia; tercero, frustración; y cuarto resignación. como el ciclo del duelo.  Pero no me gustaría dejar esta reflexión como una carta deprimente, si bien comprendo que muchos nos sentimos así también con el Perú. Dividiré esta epístola en 3, en primer lugar, lo que sentí cuando comenzó el sucumbir, en segundo lugar, los momentos posteriores y el pico de la violencia y en tercer y último lugar, ahora que ya se termina el año y lo que siento mientras redacto, 30 de noviembre.

El inicio del Sucumbir

Me remonto entonces al 7 de diciembre, a inicios de un mes que sería el más turbulento en el año 2022. Me encontraba sin mayor preocupación, lo único que me desvelaba era continuar buscando fuentes para mi tesis y lidiar con todo el bagaje navideño, que si bien colorido no deja de ser agotador. Fue gracias a un mensaje de texto que me entero de lo ocurrido. No lo creía, pensé que sería una broma o un “meme” de los tantos que abundan en internet. Sin embargo, al encontrar el mensaje presidencial en un video en Twitter caí en cuenta que era cierto, que realmente el Congreso había sido cerrado y que el presidente del momento con manos temblorosas anunciaba su cometido.

Me quedé en silencio por un minuto mientras procesaba esas palabras. No eran nuevas, ya habíamos pasado por esto varias veces, sin embargo, esta vez no hubo aplausos, no hubo aprobación. Los vecinos sacaron ollas y sartenes para protestar, como los cacerolazos que se escuchaban por Merino en el 2021. Muchas personas salieron a protestar, otros temían que se crease una dictadura, los medios comenzaron a anunciar el caos.

El miedo crecía en mí, no sabía qué iba a ocurrir y a tan solo semanas del fin de año. Imaginé distintos escenarios catastróficos con mucha creatividad que era aumentada por mi ansiedad generalizada. Comencé a mandar mensajes preocupada por qué sería la continuación.

Y de repente, casi como si de una mala película se tratase, de la manera más anti climática posible, todo frenó.

Primero fue el anuncio de que las fuerzas armadas no iban a apoyar el cierre del Congreso, luego fue la huida del presidente y su familia, posterior a ello fue reunión de los congresistas que negaron el cierre y comenzaron la votación para vacar al presidente, y, por último, su arresto en medio del tráfico.  Todo en cuestión de 5 horas desde el mensaje presidencial.

La actual presidenta fue anunciada, los reclamos pararon y la prensa estaba alegre.

Dentro mío solo podía repetir: ¿Eso fue todo?

E intenté, en la noche, retomar el día que perdí viendo la TV y comiéndome mis miedos.

El Sucumbir

Y la calma nunca llegó, o si llegó fue la ilusión de la misma. Ese fin de semana ya se registraban 2 fallecidos por las protestas, muchos saqueos, bloqueos en carreteras y también una ola de violencia. En redes sociales podía verse como un grupo amenazaba con traer consecuencias a los que no quisiesen sumarse a sus protestas y otro que salía a enfrentarse con el primer grupo puesto que no quería recibir esas consecuencias.

Presenciaba una batalla civil en mis cortos 25 años, pues nací cuando se suponía había frenado una guerra anterior. Como espectadora me enfrentaba a una terrible situación. Decidir cuál sería mi opinión ante todo esto. Y sufrí bastante, pues siendo yo limeña ignoro en totalidad lo que sufran los demás. Porque siendo yo de familia de migrantes sentía que debía también participar de esa perspectiva y al mismo tiempo, que enfrentarme a la oposición de mi familia sobre el tema y a su postura estricta de derecha.

Me sentía atrapada por el miedo y mi indignación, nunca fui partícipe de la violencia, además sufro de cierta sensibilidad y fijación por escenarios negativos, que ya viene siendo notado anteriormente en esta carta, por lo que de buenas a primeras no me agrada en absoluto ver incendios, golpes, gritos e impedimentos de cruce de avenidas a personas que lo necesitaban.

Sin embargo, podía entender la indignación pues es una reacción natural en el ser humano molestarse y enfurecerse. Más aun cuando por años de querer intentar mejorar, de sentir que nunca les escuchan, de ver que nada cambia año tras año. Es una situación de impotencia que también me tortura a mí.

Porque es cierto que la corrupción está en varios funcionarios públicos, pero no excluye otras instancias, no excluye todas las trafas que las personas hacen día a día, no excluye también la falta de acción para mejorar o el ir por el camino fácil y continuar manteniendo al país cómo está. Sentí vergüenza por no haber hecho mucho por el cambio, al mismo tiempo que impotencia por no poder hacer más o no cómo yo quería.

Mientras más personas eran heridas y mientras más fallecidos se presentaban, estas emociones me rondaban en la cabeza en lo profundo de mi mente, a pesar de que tratase de olvidar el asunto, ignorarlo y hacer cómo que no pasaba nada, sé perfectamente que, durante la crisis más fuerte, estuve inmóvil sin saber qué hacer exactamente. Con ganas de ayudar, pero sintiéndome al mismo tiempo inútil para ello

Si yo me siento así, puedo imaginar la frustración de los demás, pero no creo que en algún momento pueda justificar las acciones contra menores de edad que se vieron envueltos en el tema, al mismo tiempo que otros inocentes que perdieron empleo.

Decidí entonces que si no quería ver más violencia como la que vi, entonces debía comenzar a pensar en qué hacer para poder apoyar y que no volviese a repetirse la misma situación de mediados de diciembre.

30 de noviembre

Estoy escribiendo esta carta con resignación de todo lo sucedido, sintiendo una calma extraña, pues contiene más de solemnidad que de paz y sé que proviene de la frustración de haberme dado cuenta que todo se pudo haber evitado si dejásemos de repetir lo mismo de lo mismo. Pido disculpas por la inacción y también por mi falta de fuerzas ante un momento de crisis, pero quisiera poder aportar con un grano de arena para ir construyendo una playa que poco a poco se convierta en isla y con ella poder ir ayudando a salvar todos los buenos puntos que nuestro país tiene.

Todos merecemos tener las mismas oportunidades, merecemos poder vivir en paz, pero eso no se puede cuando existe tanta corrupción y segregación. Deberíamos ser unidos y poder llegar a consensos para hacer crecer al país y no pensar de manera cerrada y contentarnos con lo mismo, pues merecemos más.

Así que, Perú, espero poder serte mejor y más útil a partir de ahora. Perdón por tan poco y gracias por tanto.

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